viernes, 1 de enero de 2016

QUÉ NOCHEVIEJA LA DE AQUEL AÑO (EL 2015 PARA SER EXACTOS)

                 Pues ya está, ya ha pasado. Se acabó la Nochevieja y ya estamos saboreando las primeras horas de este 2016. ¿Y qué es lo que nos han traído esos primeros instantes? Pues de momento aceras llenas de cacas de perro y vomitados de borrachos. Pero no importa, la noche ha sido la caña, ¿verdad? Comilonas, música, fiesta y alcohol, sobre todo eso, cantidades ingentes de alcohol. ¿Habéis tenido de eso? Yo sí, por supuesto, pero no en el modo que imagináis. Es cierto, he estado en una fiesta de Nochevieja; lo malo es que yo era el camarero. Sí, algunos lo sabéis, otros no. Trabajo como camarero, ¿de dónde si no habría sacado un material tan suculento para escribir PLATO FRÍO?
                La cuestión es que la Nochevieja no es algo que yo vea como una de esas fechas que rodeas con un corazón en el calendario, pero puestos a elegir, creo que es mejor ser uno de los borrachos que uno de los que tiene que soportar a los borrachos. Pero esto es lo que hay, mistercitos. Un chico tiene que hacer algo para comer y esto es lo que me ha tocado… de momento.
                La noche comenzó más o menos bien, con los asistentes a la fiesta accediendo embutidos en sus mejores galas, lo cual, en muchos de los casos no quiere decir que fuesen estupendos, es que no tenían nada mejor que ponerse. Y ahí estábamos, mis compañeros y yo, con nuestro eterno atavío en blanco y negro, acompañándoles a sus mesas, aunque por mí, encantado les hubiese llevado directamente a la puerta de salida.
                La hora prevista para el comienzo de la cena eran las nueve y media, pero claro, esto es España, mistercitos, y está visto que esos enormes relojes de pulsera tan de moda se llevan para presumir y punto. Lo de consultarlos, mejor otro día. En resumen, que a la hora de empezar todavía había mesas reservadas esperando a sus integrantes. ¿Y los integrantes? Pues aunque suene intrigante ¡vaya usted a saber!
                Se me viene a la cabeza ahora, no sé por qué, una canción de Kylie Minogue, On A Night Like This (En Una Noche Como Esta). Pues eso, en una noche como esta todo ha de estar milimetrado, es bueno servir a todos los comensales al mismo tiempo y asegurarte de que todo va según lo previsto. De lo contrario, te darán las uvas, nunca mejor dicho, y en el momento de las campanadas te verás más perdido que Taylor Swift en un vídeo de Marilyn Manson. Así pues, este tipo de retrasos por parte de los clientes no sólo son mala educación, son una jodienda que te cagas. ¿Pero vamos a cortarnos las venas por ello? Pues no; en mi caso, con mucho gusto habría tenido a la gente esperando hasta que llegasen los rezagados. A buen seguro ellos habrían sido el plato principal y asunto concluido, pero claro, yo no mando, así que comenzamos a servir la cena. Aperitivo, entrante, primer plato de pescado, segundo de carne y… aquí fue cuando llegaron los ausentes, alcoholizados hasta las cejas.
                No pude evitar cierto sentimiento de pena por la compañera que les acompañó a su mesa, casi llevándoles de la mano para que no se perdiesen por el camino. Como si fuese tan difícil identificar su mesa. ¡La única vacía, coño! Pero claro, en el estado en el que se presentaron supongo que les resultaba complicado hasta identificar a la persona que tenía al lado, que incluso a Robert Downey Jr. en sus peores momentos se le veía más centrado. En fin, lo traumático de todo el asunto fue ver a la gente de cocina tratando de sacar el aperitivo de estas diez personas cuando toda su concentración estaba depositada en sacar los postres para los ciento cincuenta y siete restantes. Ahí es cuando el plan previsto se va al garete, porque el cliente siempre tiene la razón, porque aunque la cena comenzase a las nueve y media y ellos se presentasen a las once y diez, porque aunque lo que se merecerían fuese que se les sirviesen todos los platos atrasados juntos y fríos, lo cierto es que ellos también habían pagado por su cena, así que a poner la mejor cara posible y a tratar de que se vayan contentos, pero sin descuidar los dulces del resto.
                Tras el postre, el café y el cava (aquí los borrachos todavía trataban de que no se les cayesen los cubiertos de la mano para poder comer la carne) vino el reparto de las uvas. ¡Y todo listo para celebrar la entrada del nuevo año! Las grandes pantallas de la sala se encendieron y, a través de ellas, pude por un momento soñar que estaba en un lugar mejor. En la Puerta del Sol concretamente, borracho yo también, como los diez retrasados, y brincando a lo Ana Torroja.
                No sé vosotros, mistercitos, pero yo estoy convencido de que el ser humano es protestón por naturaleza. Yo, al menos, lo soy. Supongo que si esta noche los empleados no hubiésemos podido comer las uvas como el resto de los mortales, yo me habría sentido indignado. Pero no ha sido el caso, los camareros podrán estar en lo más bajo de la lista de los más infravalorados gremios, pero comen uvas como el que más. Así que ahí teníamos nuestras bolsitas con los verdes frutos de la suerte. ¿Me he sentido satisfecho por ello? ¡POR DIOS, NO! Tal vez haya sido por esa sensación de ser un  mono de feria al tener que comerlas delante de todo el mundo y alzar la copa brindado por la suerte de todos esos sentados delante de ti. Vamos, que por un momento me vi a mí mismo en el resort aquel de la película DIRTY DANCING haciendo el moñas junto a la clientela. Tal vez sea que soy un quisquilloso, no lo sé, pero es que si tengo que dar espectáculo, me gusta que sea mi espectáculo, no el que nadie decide para mí.
                Supongo que pensáis que aquí concluye la narración de los hechos. ¡Os equivocáis! ¡Del todo! Aquí comienza la fiesta propiamente dicha. Y es que ¿qué sería de la Nochevieja sin la fiesta posterior?
                Ni bien ha terminado uno de retirar las tazas de café de las mesas cuando ya hay que irse a la barra para que el personal beba, porque no, todo el vino, cerveza y cava que ha corrido hasta el momento no ha sido suficiente. Y ahí sí, los diez retrasados eran los primeros. Cuestión de prioridades, supongo.
                Es en situaciones como esta en las que se ve muy a las claras la poca capacidad que las personas tienen para empatizar con sus semejantes. Porque sí, lo entiendo, ellos están ahí para divertirse, pero nosotros estamos trabajando y, en la mayoría de los casos no por elección propia. Para que se me entienda, resulta mucho más atractiva la idea de pasar la noche con familia y amigos que viendo como, con el transcurrir de la noche, los rostros de nuestros clientes van transformándose hasta el punto de hacerme sentir como Rick Grimes defendiéndose de una horda de zombis en THE WALKING DEAD. Vale que los míos no muerden, pero poco les falta. ¿Qué te queda cuando a una persona le quitas la serenidad, la educación, el saber estar y las ganas de divertirse de forma sana? Pues eso, una sombra muy siniestra de lo que ese mortal es en circunstancias normales. Así transcurren las horas, horas en las que el cansancio aumenta de forma inversamente proporcional a como la paciencia disminuye.
                Y ya, cuando la gente está de vuelta todo, entonces sí, eres tú el que les persigue a ellos con las sopas de ajo primero y con los churros y el chocolate después. Y claro, digo yo, ¿por qué razón tengo que tratar de convencer a gente adulta, por muy ciega que vaya, de que prueben algo que no les apetece? La respuesta no la tengo, pero sí las consecuencias. Un hombre, no precisamente un jovencito, me rechazó el chocolate de la mejor forma posible en estos casos. Con un manotazo. ¿Alguna vez habéis sentido el chocolate caliente recién hecho corriendo por vuestro pecho? Bueno, pues yo ahora ya sí. Creedme, no os lo recomiendo.
                Así que ahora aquí estoy, en casita, estrenando el año, escribiendo para vosotros y con una mancha roja en el pecho. Si al menos me hubiese caído en la cara ahora me miraría al espejo y vería a Freddy Krueguer, lo cual estaría bastante bien, pero no es el caso. No parece que vaya a quedarme una marca permanente. De momento, como tengo un punto masoquista, me la toco de vez en cuando, no demasiado fuerte, sólo lo justo para que escueza… y me gusta.
                Aquí el que no disfruta es porque no quiere.
               

                FELIZ AÑO, MISTERCITOS!!!

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Para vos también, caballero! Veamos lo que nos trae el 2016.

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  2. Imagino al protagonista de «Plato frío» haciendo de las suyas al finalizar esa Nochevieja, pfff... Qué momentos, Mr. M, qué momentos.
    Espero que estés mejor de esa herida.
    ¡Un abrazo!
    P.D.: lo de las uvas es una costumbre que no se usa en Argentina, pero de la que tengo noticias a partir de uno de mis hermanos, que hace (casi) quince años que vive en tu querido país.

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    1. Jajajaja, ya te haces una idea de dónde sale el protagonista de PLATO FRÍO. Escribir esa novela fue una terapia para mí, te lo aseguro.
      Sé lo de tu hermano, a ver cuando te vemos por estas tierras a ti.
      La herida va mucho mejor, ya nos hemos hecho amigos.
      Un abrazo y, como siempre, gracias por estar.

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